lunes, 13 de agosto de 2012

¿Dios me habla?

A mí no me van a venir a contar qué dice y qué no dice la biblia, no después de aventarme toda la primaria en colegio de monjas, y tener una tía que utiliza su hábito como arma de tortura psicológica (más info aquí) .

La semana pasada fui acorralada en el asiento del micro por una fanática religiosa que comenzó su cháchara con un: “¿Sabías que Dios te ama?”, tras mi primer reacción de levantar la ceja, ella comenzó a hablar de Dios, de toda su magnificencia y gloria, de cuanto ama a la humanidad para mandar a su hijo para morir por nosotros, bla, bla, bla, lo básico.

He de confesar que creo que existe un Dios, o muchos, no lo sé y no me quita el sueño, creo que negar su existencia es negar posibilidades en este multiverso prácticamente infinito. Además, es interesante pensar que existe algo más grande que uno mismo, omnipresente y que se entretiene viéndonos como a una granja de hormigas o tal vez ignorándonos por completo y zarandeándonos de vez en cuando pa’ saber si seguimos vivos.

Si Dios existe no creo que le importe si uno come tacos al pastor en vigilia o si pertenece a tal o cuál creencia o afiliación política… errrr, religiosa. El concepto de Dios existe como bastón moral para la humanidad, para hacernos sentir mejor en momentos de dicha o tristeza extrema. Además soy partidaria de una filosofía tan simple como decir: yo respeto tu fanatismo, tú respeta mi cinismo.

En general soy una buena persona (o eso digo yo) y prefiero regirme por mis propios valores morales y más que nada por mi desgastado y añejo concepto de honor (más info aquí).

La experiencia fue interesante, ella hablaba y yo sólo hacía acotaciones sobre lo que decía, creo que esperaba más de mí cuando me preguntaba: “¿qué piensas de lo que te acabo de decir?”, yo le contestaba cosas como: “¿tú que piensas del libre albedrío?” y ella sólo ponía cara de verdadera confusión. La plática con la susodicha predicadora concluyó como empezó, justo en el momento en que volvió a preguntarme: “¿Entonces si sabes que Dios te ama?” A esas alturas no pude evitar contestar: “¡Yo lo sé! Caray y es que ¿cómo no hacerlo?” Ella sólo se paro del asiento y me dijo: “piensa lo que quieras” y se retiró indignada, creo que se cambio de lugar o se bajó… no lo sé.
 
Y sí, es que siempre terminó pensando lo que se me da la gana.

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