No es ningún secreto que nací siendo una ñoña, crecí y
moriré ñoñeando porque de verdad me
gusta estudiar, leer, aprender, hacer y responder preguntas, hacer tareas… sí,
apesto a nerd, lo sé, siempre ha sido
así.
La pequeña Anita de la primaria era aún más matadita y
lloraba por no lograr aprenderse las capitales de los estados (true story), esa pequeña niña que
siempre tenía la mano levantada en clase sufrió a los 9 años su primer corazón
roto, la culpable fue su rival eterna por la bandera de la escolta y mejor
amiga: Lulú.
Pensar hoy en todo lo acontecido aún me hace sentir un hueco
en el estómago y la verdad es que ni siquiera sé explicar exactamente el por
qué, yo y mi estúpido corazón de pollo.
Lulú y yo estuvimos juntas desde 1° de primaria, siempre una
atrás de la otra, compitiendo sin parar en todas y cada una de nuestras clases,
algo digno de verse según comentarios de un par de maestras. Yo llevaba un día la
mejor maqueta del sistema solar, ella presentaba al día siguiente dos planas
extras de divisiones y tres más dictado en casa; si ella entregaba el mejor trabajo de la independecia de México
yo me lucía el doble en exposición de ciencias naturales con cinco rotafolios
retacados de información y sin acordeones; ella recitaba de corridito las
garantías individuales y yo conjugaba sin pestañear en pretérito imperfecto…
una cascada de ñoñerías pues.
Todo iba bien hasta que a finales de 4to de primaria esa
competencia, que yo veía como una de las cosas más naturales de mi día a día, se convirtió en algo
personal para Lourdes, ella abandonó por completo el ámbito “deportivo” y surgieron
una serie de conflictos que nos llevaron a la oficina de la directora en más de
una ocasión. En el colegio de monjas al que asistíamos se desató una pequeña
guerra donde todo el grupo terminó involucrado, se formaron bandos, hubo
jalones de cabello, mochilas robadas, cuadernos destruidos, periódicos murales
vandalizados, lágrimas y muchas preguntas sin responder.
Nunca entendí qué fue lo que pasó exactamente, para mí esa rivalidad
eterna era parte de la vida diaria, algo que se mezclaba de manera perfecta con
nuestra amistad, tardes de juego en su casa, visitas al parque los fines de
semana, pasteles de cumpleaños, juegos a la hora del recreo, pijamadas, etcétera,
etcétera, etcétera. Sigo sin saber qué hice mal, como en una partida de “Stop” Lulú
simplemente un día optó por declararle la guerra a su peor enemiga que resulté
ser yo.
Salí de la primaria con una sonrisa tristona, tras dos años
de conflictos Lulú no volvió a hablarme, me cansé de buscarla y tratar de
arreglar las cosas, saber qué pasó y tratar de solucionarlo. Mi madre es
testigo de que lloré como magdalena porque mi amiga ni siquiera volteaba a verme.
Creo que nunca lo superé.
Hoy sentí la necesidad de sacarme esto de la cabeza, el buche y el corazón porque al platicarlo hace un par de días se me salió una lagrimita al preguntarme qué habrá sido de Lulú, dónde estará ahora, a qué se dedicará... ¿ella pensará alguna vez en mí y en todo lo que pasó hace ya 20 años?
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