Uno llega de la chamba, cansado, estresado, harto, vilipendiado y/o mil cosas más. Hay días laborales exhaustivos y hay otros aún peores, hay días de trabajo para el olvido, hay días donde llegas prácticamente arrastrándote a tu casa. Así es la vida, siempre habrá cosas buenas y malas, satisfacciones y reclamos, shit happens!!!
Cuando llego a casa sólo quiero echarme como lagartija sobre mi cama, me quito la ropa y me quedo acostada hasta que mis chakras vuelven a alinearse o hasta que logró fundirme con mi cobija. Mis gatos acuden sin falta a acostarse sobre mí y me dejan calientita la panza, los pies, la espalda o las pompas (son sus lugares favoritos pa’ hacerse bolita). Con algo tan simple como eso soy brutalmente feliz y el tiempo se detiene de tanta satisfacción, o al menos desearía que avanzara más lentamente.
Admito que extraño llegar a casa y encontrarme con alguien, compartir mi día con alguien, recostarnos juntos y hacer competencias de quién tuvo el día más pesado o nefasto. Es tan divertido comenzar una conversación diciendo: “¿puede crees que Fulanito es un total inútil, lleva cinco años haciendo lo mismo y sigue preguntando las mismas babosadas día tras día?” Entonces ese alguien te contesta con un: “Ahhhh pero es que no conoces a Sutanita que no sabe ni descargar un pinche archivo adjunto, a veces me pregunto si sabe leer”. Y entonces ambos ríen y se burlan de la estupidez ajena, eso es a lo que yo llamo desahogo. Lo extraño.
Soy una quejumbrosa profesional, puedo rezongar de todo y de todos, soltar reclamos a diestra y siniestra, es casi un deporte pues. Peeeeeeeeeero sinceramente lo hago nada más pa’ desahogarme, pa’ sacarme de dentro ese atolladero de cosas que no me dejan sonreír, la mecánica es simple: comienzo quejándome y termino burlándome de todo y hasta de mí misma. ¡Ah bendito humor negro!
¿Que por qué me quejo? Pues nomás, en realidad sé que no voy a cambiar nada, no sé va a arreglar el mundo aunque me ponga a despotricar, lo sé, es sencillamente mi válvula de escape. ¿Qué pido? Pues nada, que me escuchen, que pueda reírme y tal vez dos que tres regaños de “ah es que tú también la riegas, no te hagas pato”.
(Inserte aquí un gran suspiro)
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